LA VERDAD SOBRE EL AVION UCRANIANO DE PASAJEROS USADO COMO ESPIA.

Mahmoud Mansour, fundador de la Organización Qatari de Inteligencia y Seguridad, dijo:

 

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El Boeing ucraniano estaba equipado con dispositivos de escucha de primera clase.
Y que Estados Unidos lo suministró a su aliado Ucrania para completar el plan ofensivo de Estados Unidos sobre Irán después del fracaso de los aviones espía de larga distancia que volaron en Arabia Saudita y Turquía,
Y que las autoridades iraníes estaban en duda sobre el avión cuando aterrizó en Teherán y querían posponer el vuelo hasta que se confirme el tema
Y lo buscaron a fondo, pero en vano,
Aquí la empresa ucraniana se opuso enérgicamente y amenazó con multas financieras debido a retrasos de decenas de miles de dólares por hora, y se vieron obligados a dejar la salida de Teherán, pero las autoridades iraníes seguían estando en duda. En el aire, el avión ucraniano encendió los radares espía, y el sistema repelente iraní lo descubrió y llegó a la conclusión de que el avión era un avión espía en forma de avión de pasajeros.
Estaba dando coordenadas a posiciones iraníes sensibles y que Irán, especialmente Teherán, estaba amenazado por docenas y posiblemente cientos de misiles de crucero,
Y que los respondedores tuvieron sólo diez segundos, que es el tiempo restante para transferir información a los misiles de crucero estadounidenses, el oficial que tuvo que tomar la decisión frente a dos opciones:
La vida de 170 personas
En cuanto a la vida de millones de iraníes. La decisión fue golpear el avión, salvar instalaciones vitales, infraestructura y las vidas de millones de iraníes,
Porque el acceso a la información significó el fin de la infraestructura y las instalaciones militares vitales y, por lo tanto, la facilidad de completar la guerra por parte de Estados Unidos contra Irán dirigiendo misiles y bombas✈️✈️

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Criticar a Israel te llevará a prisión

Muere la libertad de expresión

Kurt Nimmo
Global Research
Traducido del inglés para Rebelión por J. M.

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Pronto este blog será ilegal.

No, no estoy vendiendo drogas ni pornografía infantil. Escribo sobre las guerras de Estados Unidos y el objetivo principal de esas guerras ilegales e inmorales: hacer de Israel la hegemonía del Medio Oriente junto con Arabia Saudita. Toda la política exterior de los Estados Unidos en esa región se centra en esas dos naciones.

Lo siguiente puede ser clasificado pronto como discurso de odio y antisemitismo (ya que cada vez más las críticas al Estado judío y su ideología política sionista se consideran crímenes).

Los neocons judíos se abrieron camino en la Administración de Reagan y luego en laCasa Blanca de Bush Jr. y el Pentágono. Acurrucados bajo el ala del vicepresidente Dick Cheney, planearon atacar y destruir a los enemigos de Israel. Ideólogos neoconservadores planificaron estrategias y publicaron artículos sobre estas guerras manufacturadas, sobre todo un documento presentado al entonces presidente israelí Bibi Netanyahu que llamaba a eliminar Irak y Siria. Los académicos israelíes han escrito sobre este tema durante décadas. Los primeros líderes de la nación diseñaron provocaciones fronterizas y ataques con falsas banderas (el caso Lavon) para desestabilizar la región. El sur del Líbano se considera un activo valioso principalmente por sus recursos hídricos (por ejemplo, “Operación Litani”) y los Altos del Golán en Siria fueron ocupados por su valor estratégico.

Israel, por supuesto, no puede destruir a sus enemigos, por lo que esa tarea queda en manos de Estados Unidos y sus neoconservadores. Al pueblo estadounidense le mintieron sobre la guerra de Irak. Tanto Israel como los Estados Unidos sabían que Saddam Hussein no tenía la capacidad de amenazar militarmente a Israel. Más allá de su petróleo, Irak tenía poco valor estratégico para los Estados Unidos y su corporatocracia. Sin embargo tenía la capacidad de causar problemas, especialmente con respecto a los palestinos.

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La relación de Siria con su vecino El Líbano y su obstinada negativa a entregar el Golán ocupado a los israelíes también es un problema. Fue uno de los diversos objetivos detrás de una revolución de color fabricada en Siria bajo los auspicios de la “Primavera árabe”, un objetivo que hasta ahora ha resultado en el asesinato de alrededor de 600.000 personas sirias.

Los neoconservadores de la era de Bush (incluido John Bolton, ahora asesor de seguridad nacional, y Elliot Abrams, un socio conspirador clave de Bush) tenían una ambiciosa lista de naciones a destruir: Irak, Siria, Líbano y, lo que es más importante, Irán, el único rival serio para Israel. La Administración de Obama agregó Libia y comenzó operaciones secretas en África.

Trump tomó el relevo de Obama después de que nos dijera que no estaba interesado en la “construcción de la nación” y que era un populista del “America First” no intervencionista. Mintieron de nuevo a los estadounidenses, pero ahora este es un comportamiento normal.

Después del 11-S y años de agresiva propaganda de guerra, ahora es común que el pueblo estadounidense crea estas mentiras. Mientras tanto, la interminable desviación en la forma de extremismos y el partidismo potencialmente violento entre facciones de la clase política del oficialismo mantiene a la mayoría de los estadounidenses distraídos de los problemas mayores: la guerra y la economía fraudulenta. Cabe señalar que las críticas a los bancos centrales y la política monetaria también se consideran odioso antisemitismo.

En resumen, la política exterior de los Estados Unidos, dirigida por neoconservadores de alto nivel, no se lleva a cabo en interés del pueblo estadounidense. Beneficia a Israel, que también recibe cada año miles de millones del contribuyente estadounidense.

Bush, el enano intelectual, no pudo proporcionar una explicación de por qué no se encontraron armas nucleares y biológicas en Irak; en cambio hizo una rutina de comedia a partir de este “fallo de la inteligencia” y el asesinato sistemático de más de un millón de iraquíes. En realidad las armas de destrucción masiva no fueron el motivo de la invasión y la ocupación. El objetivo real era producir un sectarismo violento y una división, asegurando así que Irak estuviera preocupado por sus propios problemas graves y no pidiendo justicia para Palestina. El mismo plan básico se reprodujo en Libia, otra nación rica en petróleo con un fuerte sentido de nacionalismo panárabe, así como alineada con los palestinos y que considera a Israel un Estado de apartheid sionista renegado.

La adulación fanática de Donald Trump a Israel -indudablemente bajo la influencia de su yerno judío ortodoxo- ha abierto las compuertas: la embajada de Estados Unidos se mudó a Jerusalén, Trump aprobó el robo de Israel de los Altos del Golán de Siria y el valor más importante para Israel, los Estados Unidos, bajo Trump, están incrementando la retórica, imponiendo sanciones adicionales y prometiendo acciones militares contra Irán. La última medida, Trump ha calificado a la Guardia Revolucionaria de Irán de organización terrorista (y los iraníes, a su vez, califican al Comando Central de los EE.UU. de organización terrorista).

Las críticas a Israel pronto serán ilegales. Demócratas y republicanos están trabajando juntos para hacer de la crítica a Israel un delito penal. Carolina del Sur aprobó una ley que prohibía el boicot a Israel, mientras Florida promulgaba una ley que prohibía el crimen de pensamiento antisemita. Tennessee trabajó para aprobar lo que se llama el Proyecto de Ley de Concienciación sobre el Antisemitismo. Después de que esto no lograse ganar terreno, Tennessee aprobó una resolución que declaraba un apoyo inequívoco a Israel. Al mismo tiempo, la Cámara de Representantes de los Estados Unidos promulgó una resolución “condenando el antisemitismo” a raíz de los comentarios hechos de la flamante congresista Ilhan Omar, de la Cámara de Representantes, por sus críticas a AIPAC y la influencia del lobby israelí-estadounidense.

Ahora que las críticas al sionismo y al Estado israelí son delitos -según los medios de propaganda y una elite gobernante manipuladora- podemos esperar que cualquier discusión de principio sobre Israel, su trato a los palestinos y su esfuerzo al unísono con los neoconservadores para hacer explotar una guerra contra Irán, se castigue con el silenciamiento, multas y la posible prisión.

Asombrosamente esta situación, sobre todo el desmonte de la Primera Enmienda o la perspectiva de otra guerra devastadora, es apenas una preocupación menor para muchos estadounidenses. La criminalización del discurso es algo que sucedió en la Alemania nazi, la Rusia estalinista y la Alemania del Este bajo la vigilancia de la Stasi, y nos dijeron que era imposible en los Estados Unidos con nuestros generosos derechos.

Esos derechos con los que nacemos ahora son cada vez más negados por la ley. En un futuro cercano, tales leyes pueden usarse para cerrar cualquier cantidad de sitios web y cuentas de redes sociales que se atrevan a criticar a Israel, ya que esa crítica, ese discurso, ahora equivale a violencia.

Este artículo se publicó originalmente en el blog del autor: Another Day in the Empire.

Kurt Nimmo es colaborador habitual de Global Research

Fuente: https://www.globalresearch.ca/death-free-speech-criticizing-israel-prison/5674790

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión.org como fuente de la traducción.

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El hechicero de la tribu. Vargas Llosa y el liberalismo en América Latina

La lectura de El hechicero de la tribu resultará, sin duda, singular. Foto tomada de internetLa lectura de El hechicero de la tribu resultará, sin duda, singular. Foto tomada de internet

 

UNIÓN DE ESCRITORES Y ARTISTAS DE CUBA

El hechicero de la tribu. Vargas Llosa y el liberalismo en América Latina, del investigador, profesor y politólogo argentino Atilio A. Borón, fue el título presentado este jueves en la Sala José Antonio Portuondo de la fortaleza San Carlos de la Cabaña por Abel Prieto, director de la Oficina del Programa Martiano, como parte de las actividades de la 28 FILH 2019.

En sus palabras, Abel Prieto consideró que este libro, cuya primera edición correspondió a la Editorial de Ciencias Sociales, constituye un estudio “muy profundo para entender la involución de un notable escritor latinoamericano, que hoy constituye un vocero paradigmático del sistema”. Consideró que el texto de Borón no es un libro escrito desde una perspectiva donde predomina el odio, pero nos permite el acercamiento “al estudio de la fisonomía de un renegado” y a través de ese análisis “Atilio demuestra que Vargas Llosa está inhabilitado para definir los matices existentes en el panorama filosófico que él mismo ha ido construyendo en su paso hacia la derecha”, de ahí que, según Abel Prieto: “Con este libro podemos entender que la derecha suele realizar su discurso contra la izquierda a base de lugares comunes y argumentos endebles, estereotipos y argumentos fundamentalistas” y en el caso concreto de Vargas Llosa “estamos ante un gran escritor, pero que demuestra ser un diletante y divulgador de clichés políticos del sistema capitalista”, de ahí que a través de estas páginas “se estudia la fisonomía moral de un renegado”.

Seguidamente Atilio Borón procedió a comentar algunos elementos del libro, que sin dudas resultan necesarios para entender “cómo fue que ese muchacho tan talentoso, surgido del llamado boom latinoamericano, quien ha obtenido grandes premios literarios, crítico de la realidad de Nuestra América, militante del PC de su país, derrapó hasta convertirse en el más descollante intelectual orgánico y paradigmático del neoliberalismo”, según se expresa en la nota de contracubierta.

En ese sentido, Borón consideró que “el tema de los intelectuales revolucionarios no ha sido abordado con suficiente agudeza por la izquierda y el pensamiento revolucionario”, cuestión muy importante para entender el por qué muchos de sus compañeros de generación y militancia “terminaron convirtiéndose en reaccionarios”; o en el menos grave de los casos, asumiendo un discurso pretendidamente crítico, pero que en realidad resulta más o menos funcional al sistema capitalista y en ese sentido mencionó el conocido ejemplo del libro Imperio, de Michael Hardt y Antonio Negri.

Para el autor de títulos como Imperio & Imperialismo y Socialismo siglo XXI ¿Hay vida después del neoliberalismo?, Vargas Llosa constituye actualmente “la figura prominente de la popularización del liberalismo en América Latina” y como parte de esa matriz “ha reunido un grupo notable de colaboradores que replican sus planteamientos”, invocan una suerte de “horror de la tribu” frente a un colectivismo que tanto desde las corrientes de izquierda como desde la extrema derecha (representadas por ejemplo a través del fascismo) aplastan al individuo, pero que vistos desde una posición analítico-histórica recuerdan mucho los argumentos utilizados para igualar a comunistas y fascistas bajo el paraguas conceptual del “totalitarismo”, muy de moda desde hace varias décadas gracias a los estudios de figuras como Anna Arendt;  y actualmenteavalado desde Occidente como un término utilizado cotidianamente a nivel internacional.

Sin embargo, Borón considera que “Vargas Llosa desconoce el pensamiento liberal de figuras como Adam Smith”, valoró en su momento figuras paradigmáticas de uncambio social cualitativo a personajes como Ronald Reagan y Margaret Thatcher, exponentes de la llamada “revolución conservadora” y propulsores del modelo neoliberal en su matriz política durante la década de los 80 del pasado siglo XX;  de ahí que en su construcción filosófica y políticael autor de La ciudad y los perros y La casa verde termine haciendo “un elemental y tendencioso manejo de las categorías y las teorías del análisis político” (Borón, p.4), capaz de manejar con maestría los sofismas de las “posverdades”. A su vez, Borón considera también que a Vargas Llosa lo perdió “su ego monumental e insaciable. Luego el imperialismo y la derecha internacional lo atrajeron hábilmente a su círculo” y finalmente reiteró que su intención al escribir este libro fue “analizar la involución de sus ideas y la fragilidad e esa construcción”.

La lectura de El hechicero de la tribu resultará, sin duda, singular, no solo por lo novedoso que pueda resultar el tratamiento de un tema lamentablemente soslayado por el pensamiento crítico de izquierda y para muchos, incluso, atípico en la bibliografía de Borón, sino porque, quizás también constituya un argumento para explicar la trayectoria profesional y humana de este autor, lo que de cierto modo aparece reflejado al final de la nota de contracubierta del volumen: “Atilio no es un erudito que se debate entre la lucidez de sus análisis de la realidad y la imposibilidad de actuar sobre ella (…), sino que trasciende  su actividad académica, ensayística y, desde ya, la filosófica y, mediante un compromiso docente y político cotidiano, la convierte en práctica concreta”.

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Israel usa a presos palestinos para nuevos ensayos médicos

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Un comité advierte de que los palestinos recluidos en las cárceles israelíes están siendo utilizados como conejillos de Indias en nuevos ensayos médicos.

El jefe del Comité de Seguimiento de Ciudadanos Árabes en los territorios ocupados, Muhamad Baraka, denunció que el régimen de Tel Aviv había autorizado a varias campañas internacionales a usar a los presos palestinos como conejillos de Indias en sus nuevos ensayos médicos.

“Hay informes de que el ministerio de salud (de Israel) otorgó licencias a varias compañías internacionales para realizar pruebas médicas a presos palestinos y árabes en cárceles israelíes sin su conocimiento”, lamentó Baraka, citado el martes por el portal palestino Arab 48.

Tras insistir en que tales acciones constituyen una “guerra clara contra la humanidad”, el jefe del referido organismo hizo un llamado a los grupos de derechos internacionales para que lleven a Israel ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) por sus crímenes contra los palestinos.

Este crimen se agrega a otros tantos delitos que comete el régimen de Tel Aviv contra los palestinos, principalmente contra los detenidos en las cárceles israelíes, a quienes se les niegan sus derechos básicos, subrayó.

Según las fuentes oficiales, más de 7000 palestinos están retenidos contra su voluntad en las cárceles israelíes. El pasado enero, el ministro de seguridad pública de Israel, Guilad Erdán, informó de que el régimen de Tel Aviv ha impuesto nuevas medidas drásticas que empeorarán la condición de los palestinos detenidos en las cárceles de ocupación.

A pesar de que varias organizaciones defensoras de los derechos humanos han denunciado los malos tratos contra los prisioneros palestinos, en especial los menores de edad, no se ha producido ningún cambio en las políticas de Israel y los encarcelados siguen siendo blanco de torturas.

Hispantv

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Canadá estaría detras en ataque cibernético en Venezuela, prende las alarmas en el mundo.

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Tomado de: Cubadebate

Las dos operaciones de blackout nacional en Venezuela definieron un punto crítico en torno a las nuevas modalidades de la guerra, una alarma que sonó en todo el planeta luego de que tomara cada vez más cuerpo la hipótesis de que, efectivamente, hubo un ataque cibernético contra el sistema SCADA, software del cerebro electrónico que controla de manera computarizada las funciones de la Central Hidroeléctrica Simón Bolívar de Guri.

Además, el gobierno venezolano indicó que también hubo impacto en algunas infraestructuras del sistema eléctrico nacional por armas de pulso electromagnético, otra hipótesis que, como la del ciberataque, fue desdeñada y ridiculizada a priori por la mayoría de los medios corporativos, voceros de Washington y del antichavismo local.

Los indicios son por demás demostrativos de la urgencia con que se está asumiendo este episodio de sabotaje a escala global. A pesar de imponerse el relato hegemónico del colapso venezolano, no cabe duda de que son más quienes asumen que se está perfilando una nueva manera de poner en práctica intervenciones, incluyendo al actual presidente de los Estados Unidos.

Para nadie es casualidad que, días después de que se detectaran los impactos por arma electromagnética en el sistema eléctrico venezolano y se denunciara públicamente, la Casa Blanca emitiera una orden ejecutiva en el que urge a la comunidad científico-militar estadounidense a reforzar los sistemas defensivos en torno a las “tecnologías e infraestructuras críticas” de los Estados Unidos, de ser atacados por pulsos electromagnéticos que podrían “interrumpirlas, degradarlas y dañarlas” (Rusia y China, “amenazas existenciales” para el Pentágono, poseen sus propios arsenales en la materia).

Esta última movida de Washington refuerza la denuncia del presidente Nicolás Maduro, pues ya se identifica y se tiene en la primera línea de consideración militar el hecho de que las nuevas dimensiones de la guerra ya han sido probadas y, de ahora en adelante, no cabe duda de que serán usadas en beneficio de los principales actores del mundo en pugna.

Venezuela en los precedentes

No se tiene noticia de ciberataque alguno de la magnitud registrada el 7 de marzo de 2019 a la Central Hidroeléctrica de Guri, sobre todo por las consecuencias humanas y económicas del apagón que duró poco más de 72 horas. Si llegara a ocurrir cualquier acción similar en el futuro en otro país (incluyendo los Estados Unidos), tendrá a Venezuela como precedente.

La revista Forbes publicó un artículo donde se reconoce que es “muy realista” el hecho de que la causa del blackout fuera un ciberataque dirigido por Estados Unidos. Asegura que ésta sería una táctica implicada en la aceleración de los conflictos internos de un país para forzar un cambio de régimen, ya que perjudica infraestructuras y servicios críticos de una sociedad.

Por otro lado, conocimos el testimonio de un científico gringo-iraní al que oficiales estadounidenses ofrecieron dinero para derribar la red eléctrica de la República Islámica de Irán. No es la primera vez que sabemos de una intención parecida, pues el plan Nitro Zeus tenía las intenciones de afectar drásticamente el sistema eléctrico iraní bajo diferentes tipos del sabotaje, incluidos la ciberguerra y operaciones en el terreno.

Más aún, el Foro Económico Mundial, que se reúne en Davos cada año, tiene desde febrero de este año advirtiendo a Estados y corporaciones conformar una estrategia de “resiliencia cibernética” en común ante ataques de hackers (independientes, contratados o gubernamentales) a infraestructuras vitales como las redes eléctricas, que podrían desencadenar efectos en cascada por lamentar.

El miércoles 27 de marzo el mismo Foro publicó un reporte que refuerza lo anterior, ya que -dice- “en los últimos 10 años el sector eléctrico ha experimentado ciberataques significativos”, y reproduce el siguiente mapa de eventos en relación:

El Foro Económico Mundial afirma que los hackers pueden causar apagones en ciudades enteras:
“Un ataque cibernético bien orquestado a la infraestructura eléctrica, podría resultar en daños a las residencias, negocios y a instituciones vitales.”pic.twitter.com/bMl76XMfLm

— Misión Verdad (@Mision_Verdad) March 28, 2019

Quien lo reporta es el Systems of Cyber Resilience: Electricity, un equipo de trabajo creado en mayo de 2018 por el Foro Económico Mundial para resolver los problemas globales de ciberseguridad en torno al tema eléctrico. Comienza así su breve informe:

“Un apagón invernal de seis horas en la Francia continental podría ocasionar daños a hogares, empresas e instituciones vitales por un total de más de 1 mil 500 millones de euros. Un ataque cibernético bien organizado a una infraestructura eléctrica crítica podría tener este tipo de impacto económico en un país. ¿Es esto realista? Los funcionarios del Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos declararon públicamente en 2018 que los piratas informáticos se habían infiltrado en las salas de control de varias empresas estadounidenses de electricidad, en la medida en que tenían la capacidad de interrumpir el flujo de electricidad a los clientes”.

Los riesgos de un ataque cibernético a sistemas eléctricos, estatales o corporativos, se contemplan no sólo en la población sino también en las áreas económicas y de seguridad nacional, según el grupo de Davos. En Venezuela, el cibergolpe a la Central Hidroeléctrica de Guri costó casi 900 millones de dólares en los casi cuatro días de apagón, en la afectación de la industria petrolera, la industria manufacturera, los servicios, la paralización del comercio y otras actividades vitales del circuito económico del país. Dice el reporte:

“El sector eléctrico siempre ha estado fuertemente interconectado con interdependencias a lo largo de la cadena de suministro, por no mencionar con otras industrias de infraestructura crítica, como telecomunicaciones, puertos e instalaciones de alcantarillado. Esta interconectividad está aumentando. Como dijo la secretaria de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, Kirstjen Nielsen, ‘la hiperconectividad significa que su riesgo es ahora mi riesgo y que un ataque al «eslabón más débil» puede tener consecuencias que nos afectan a todos’”.

No sólo existen indicios de que los apagones en Venezuela fueron provocados por nuevas modalidades de guerra con autoría foránea (estadounidense, específicamente), también el precedente venezolano sentó las bases para que organizaciones de ascendencia occidental como Forbes y el Foro Económico Mundial advirtieran que efectivamente se están tomando de manera estratégica armas de semejantes calibres contra las líneas vitales de países y hasta corporaciones en todo el mundo.

Es una forma de intervenir en asuntos ajenos sin dejar el mínimo de rastros y costos políticos a su paso.

Alerta global

En una conferencia de prensa de septiembre de 2018, el asesor de Seguridad Nacional John Bolton señaló lo importante que es el ciberespacio para la disuasión geopolítica y militar de sus adversarios. Afirmó que con ese propósito han “autorizado operaciones cibernéticas ofensivas (…) para demostrar que el costo de su participación en operaciones contra nosotros es más alto de lo que quieren soportar”.

La carrera armamentística en torno a las estrategias cibernéticas son tomadas cada vez más en cuenta, sobre todo si tomamos en cuenta que detrás de la cortina de la guerra comercial entre China y la Administración Trump se encuentra el campo de batalla de la ciberguerra y el desarrollo de las tecnologías de última generación.

En los últimos años los distintos actores llamados a enfrentarse en una Tercera Guerra Mundial (Estados Unidos, China, Rusia) vienen preparándose en este terreno. Pero con el cibergolpe en Venezuela estamos presenciando una actitud que incluye defenderse con más ahínco de este tipo de ataques, que producen efectos cascada indeseables para cualquier población.

Así como Washington busca acumular capital político en torno a la figura de Juan Guaidó a través del descontento social y económico que implica el sabotaje al Guri y demás estaciones y subestaciones de energía, la Federación Rusa espeta contra las intenciones de golpe e intervención militar que desde Estados Unidos se fraguan a través de las nuevas modalidades de la guerra, enmarcadas dentro de los formatos híbridos, y acusa a Canadá de estar involucrado en el siniestro.

Es importante registrar las batallas que damos en los momentos cruciales de nuestra historia.

Por ello, hemos publicado este #InformeEspecialhttps://t.co/FJakHUks0Apic.twitter.com/x5S34AnICE

— Misión Verdad (@Mision_Verdad) March 23, 2019

Con la petición de la Casa Blanca a la comunidad científico-militar de aumentar los esfuerzos defensivos ante un ataque electromagnético, al mismo tiempo que organizaciones ligadas al corporativismo anglo-americano llama a conformar una estrategia de “resiliencia cibernética”, dejan a la vista que el ataque multifactorial contra el sistema eléctrico venezolano fue un acontecimiento de alcance mundial que generó una alerta en Estados y empresas que no se toman a juego escenarios de sabotaje bajo formatos de guerra híbrida.

Se evidencia así, que la alarma suena ante las amenazas de variada beligerancia que ponen en crisis los viejos formatos de intervención y empieza a asumirse una visión más profunda en torno a los campos de acción que competen a la ciberguerra y las nuevas armas de combate.

Tomado de: Cubadebate

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Brasil: El eterno país del futuro atrapado en su pasado colonial

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Días antes de las elecciones en Brasil, un joven brasileño se me acercó y me dijo “Dios quiera que gane Bolsonaro. Es un militar y acabará con la corrupción”. No quise contestar. Estimo a este muchacho como una persona de bien, tal vez demasiado joven para ser otra cosa. Pero las dos breves frases resumían varios tomos de la historia y del presente latinoamericano.

Para empezar, lo obvio: si en el continente hubo gobiernos y regímenes corruptos, esos fueron los regímenes militares. Primero, porque toda dictadura es corrupta por definición y, segundo, porque los robos directos fueron siempre masivos, sólo que bastaba con denunciarlos para desaparecer o aparecer flotando en algún río con evidencias de tortura. Bastaría con mencionar el más reciente caso de la investigación a la fortuna del general Pinochet, un militar que acumuló varios millones de dólares con su salario de presidente no electo, por no ir a otros detalles como los miles de asesinados y muchos más perseguidos. Por no hablar de esa farsa autoconcedidas, como las condecoraciones, de asumirse la “reserva moral” y “bastion de coraje” de los pueblos por el solo hecho de poseer las armas que ese mismo pueblo financia con su trabajo, para que luego sus propios ejércitos los amenacen con “poner orden”, el orden de los cuarteles y de los cementerios. Esa misma cultura de la barbarie de no pocos generales y no pocos soldados y de no pocos carángidos que presumen de machos y de valerosos combatientes pero que nunca ganaron ni fueron a ninguna guerra contra otros ejércitos, y sí se dedicaron a servir a la oligarquía rual y a aterrorizar y amenazar a sus propios pueblos. Con la complicidad, claro, de millones de carángidos, ahora escondidos en su nueva condición de cowangry digitales.

Esta práctica y mentalidad militar aplicada a la vida civil y doméstica (desviada de todo propósito de ser de un ejército, es decir, la seguridad contra hipotéticos ataques exteriores), como las históricas y brutales desigualdades sociales de proporciones feudales, es una tradición latinoamericana que no nació con la guerra fría sino mucho antes de que nacieran las nuevas republicas y se consolidó con la corrupción, el racismo profundo e hipócrita, sobre todo en Brasil (el último país del continente en abolir la esclavitud), donde hasta el candidato a vicepresidente del capitán Bolsonaro, el general Mourão, un hombre mulato, como la mayoría de sus compatriotas, se congratula que su nieto aporte al “branqueamento da raça”. ¿Nunca nadie se ha cruzado con esta especie de ciudadano con un profundo desprecio racial y social por el noventa por ciento de su propia familia? Por no seguir con los mismos problemas históricos en otras regiones que destacan por su brutalidad en el Caribe o en América Central.

Lo segundo, menos obvio, es la apelación a Dios. De la misma forma que Estados Unidos reemplazó a Gran Bretaña en su consolidación de la verticalidad colonial española, las iglesias protestantes hicieron lo mismo con esas sociedades ultraconservadoras (patrones dueños de todo y silenciosas masas de pobres obedientes), las que habían sido previamente moldeadas por la jerarquía de la iglesia católica. A los protestantes, a los pentecostales y otras sectas les llevó por lo menos un siglo más que al dólar y a los cañones. El fenómeno se inició en los sesenta y setenta, probablemente: esos señores inocentes, presuntamente apolíticos, que iban puerta en puerta hablando de Dios, debían tener una clara traducción política. El paradójico efecto del amor cristiano (aquel amor radical de un rebelde que andaba rodeado de pobres y seres marginales de todo tipo, que no creía en las chances de los ricos en llegar al cielo y no recomendaba tomar la espada sino dar la otra mejilla, que rompió varias leyes bíblicas, como la obligación de matar a las adulteras a pedradas, que fue ejecutado como un criminal político) terminó derivando en el odio a los gays y a los pobres, en el deseo de arreglarlo todo a los tiros, como es el caso de candidatos medievales como el capitán Jair Messias Bolsonaro y muchos otros a lo largo de América Latina, apoyado por un fuerte y decisivo voto evangélico y por gente en transe que, regados en sudor y gritos histéricos, dice “hablar en lenguas” y solo habla el idioma inconexo de su propio odio político y su fanatismo ciego en que Dios los prefiere a ellos con una pistola en la mano antes que a alguien que, de forma pacífica, lucha por la justicia, el respeto al diferente y contra el poder arbitrario, como se supone que hacia Jesús.

En medio de la euforia de la década dorada de los gobiernos progresistas, como el de Lula, advertimos dos errores: el optimismo ingenuo y los peligros de la corrupción, que podía tener un efecto dominó. Porque la corrupción no fue una creación de ningún gobierno sino que es una marca de identidad de la cultura brasileña. No menos en Argentina, por nombrar solo un caso más.

A todo eso, hay que agregar que los tradicionales narradores sociales de la América Latina más rancia y poderosa, encontraron en la Venezuela de Maduro (de la igualmente patética oposición no se habla) el ejemplo y la excusa perfecta para seguir aterrorizando sobre algo con lo cual casi todos los países del continente han convivido desde la colonia: pobreza, crisis económicas, despojo, impunidad, violencia civil y violencia militar. No, el Brasil de Lula, el que sacó a treinta millones de la miseria, el de los súper empresarios, el de “Deus é brasileiro”, el Brasil que se iba a comer el mundo y había pasado el PIB de Inglaterra, no es el ejemplo de la propaganda brasileña… sino Venezuela.

Era la coartada ideal: hacer creer que la corrupción no tenía doscientos años de brutal ejercicio, sino que la habían creado un par de gobiernos populistas de izquierda cinco, diez años atrás. Por el contario, estos gobiernos fueron una excepción ideológica en un continente profundamente conservador, racista, clasista y sexista. Todo lo que ahora encuentra resonancia con un mundo que abandona los ideales de la Ilustración y se sumerge de forma neurótica en un nuevo Medioevo, desde Europa hasta América latina, pasando por Estados Unidos.

Resta por saber si esta reacción medieval de las fuerzas tradicionales en el poder es solo eso, una reacción, o una tendencia de varias generaciones.

Para la segunda vuelta, la coalición contra Bolsonaro ya ha lanzado el lema: “Juntos pelo Brasil do diálogo e do respeito”.

Sólo este lema demuestra que quienes se oponen a Bolsonaro en Brasil, como quienes se oponen a Trump en Estados Unidos, no entienden la mentalidad del cowangry. El cowangry necesita saber que hay alguien más (no él, no ella) que va a devolver las mujeres a la cocina, los gays a sus closets, los negros al trabajo en las plantaciones, los pobres a las industrias y a las iglesias, que alguien va a tirar alguna bomba en alguna favela (“muerto el perro, muerta a rabia”), que alguien va a torturar a todos los que piensan diferente, sobre negros pobres, profesores, periodistas y otros con ideas foráneas, todo en nombre de Dios, y de esa forma alguien acabará con todos esos miserables, responsables de sus propias frustraciones personales.

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El triunfo de López Obrador. Este partido no se jugará en Rusia 2018

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El triunfo de Andrés Manuel López Obrador en México abre nuevas perspectivas para América Latina. El programa prometido al pueblo, y que le valió una amplia mayoría en las urnas, pone como prioridad los derechos de las grandes mayorías de mexicanos. Y promete una actitud digna frente al imperio del norte. Andrés Manuel López Obrador versus Donald Trump… un encuentro que no se jugará en Rusia 2018. Esperemos que, de una buena vez, se acabe la maldición de Malinche…


Cambió la historia – Editorial


La elección presidencial de ayer es extraordinaria por donde se le vea y en muchas dimensiones marca un punto de inflexión en la historia de México y de América Latina.

Representa el triunfo de un proyecto transformador en lo político, lo social, lo económico y lo ético que se propuso conquistar el poder presidencial por la vía pacífica y democrática; asimismo, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador, de su partido, el Movimiento Regeneración Nacional (Morena), y de su coalición Juntos Haremos Historia, integrada además por los partidos del Trabajo y Encuentro Social, marca el fin de un ciclo de gobiernos que empezó en 1988 y llevó al país por un camino de desarrollo supeditado a la economía de Estados Unidos, a una dramática concentración de la riqueza, al crecimiento desmedido de la pobreza, al quiebre del estado de derecho en diversas regiones, a una alarmante corrupción y a asimetrías sociales que terminaron por generar una crisis de inseguridad y violencia, exasperación ciudadana y pronunciado deterioro institucional.

Los comicios de ayer no tienen precedente, además, por el resultado que da una mayoría absoluta al triunfador, por el elevado porcentaje de participación popular (cercano a 63 por ciento de la lista nominal), por el número de funcionarios electorales involucrados –cerca de un millón 400 mil– por la normalidad en que transcurrieron y se resolvieron –a pesar de incidentes muy lamentables, pero aislados, y de desaseos marcadamente regionales, como en Puebla y Veracruz–; también porque la elección desembocó en un reconocimiento adelantado al triunfador por parte de sus rivales, José Antonio Meade y Ricardo Anaya. A esos discursos se unieron, tres horas más tarde, el anuncio de las tendencias –irreversibles– del Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) por parte del consejero presidente del Instituto Nacional Electoral y del mensaje en cadena nacional del presidente Enrique Peña Nieto, quien se desempeñó a la altura de un estadista. Esas alocuciones democráticas despejaron cualquier escenario de conflicto y apaciguaron los ánimos sociales y las incertidumbres económicas y financieras que hubieran podido subsistir. Por lo demás, no dejó de resultar sorprendente para muchos que el grupo en el poder haya terminado por reconocer el triunfo electoral de una propuesta de viraje nacional que fue bloqueada en 2006 y 2012.

Después de tres décadas de gobiernos neoliberales, el proyecto de nación que servirá de base al programa de gobierno del dirigente tabasqueño y ex jefe de Gobierno capitalino propone una senda claramente diferente a los lineamientos seguidos por las últimas administraciones –y retomados, en lo fundamental, por los aspirantes presidenciales de los partidos Revolucionario Institucional y Acción Nacional con sus respectivas coaliciones, José Antonio Meade y Ricardo Anaya– y a las prioridades del sector público, empezando por la construcción de un estado de bienestar, la redistribución de la riqueza, el rescate del campo y el énfasis en la generación de empleos, la incorporación masiva de los jóvenes a la educación superior, la inclusión de grupos hasta ahora marginados, la austeridad republicana en el servicio público, diversas modalidades de recuperación del dominio de la nación sobre los recursos naturales y la soberanía nacional.

Independientemente de cuánto de ese programa pueda concretarse, el hecho de que haya recibido un apoyo abrumador en las urnas habla del dramático cambio de enfoque en el ánimo nacional. El país consumó ayer, en suma, un cambio de paradigma de gran trascendencia para los años venideros.

Ese proyecto no nació en las recientes campañas ni en los comicios presidenciales pasados o antepasados. El ideario de la coalición Juntos Haremos Historia tiene raíces de muchas décadas en movimientos obreros, campesinos y sociales, así como en luchas partidistas por la democratización del país, y reúne medio siglo (o más) de experiencias de movilización, participación y resistencia de buena parte de las izquierdas nacionales. Es la más reciente expresión de una visión alternativa que hasta hace unos años parecía aplastada por el pensamiento único característico del neoliberalismo, y es justo reconocer que tras el éxito electoral de López Obrador están la tenacidad y la abnegación de miles de activistas, dirigentes, militantes, intelectuales, informadores y simples ciudadanos que consagraron parte o la totalidad de sus vidas a una transformación con sentido social y popular. Debe admitirse, ciertamente, el tesón empeñado por el propio candidato triunfante en la construcción de una dirigencia y de una organización capaz de llevarlo a la Presidencia por la vía electoral.

En suma, el país debe felicitarse por la consecución de una madurez democrática que se traducirá en una renovada legitimidad institucional y en un nuevo estadio en la vida republicana, por el clima propicio a la reconciliación nacional que deja la contienda y por el fin de un tramo político y económico de consecuencias devastadoras que había llegado al pleno agotamiento.


El día después —John M. Ackerman


No es momento para triunfalismos. La victoria ciudadana en las urnas con Andrés Manuel López Obrador es apenas el primer paso hacia la transformación de la República. La llegada de un hombre honesto y digno a la Presidencia de la República implicará un cambio radical en las altas esferas del poder y un nuevo contexto para el florecimiento de la sociedad civil. Sin embargo, el futuro de México no dependerá de lo que haga o deje de hacer un solo hombre, sino de las acciones de cada uno de nosotros.

¿La oligarquía aceptará su contundente derrota en las urnas? ¿Qué harán los periodistas cómplices con el régimen corrupto ahora que se les acaban los moches desde el poder? ¿Y el gobierno de Enrique Peña Nieto entregará tranquilamente el poder al nuevo presidente electo?

La lucha por la justicia social y un buen gobierno apenas se inicia. La jornada electoral de ayer fue marcada por una serie de graves irregularidades: desorganización en la instalación de las casillas electorales, insuficientes casillas especiales, robo de urnas, violencia callejera, un operativo masivo de compra y coacción del voto, presión sobre beneficiarios de programas sociales y la continuación de las llamadas de intimidación. Frente a estos graves problemas, las instituciones públicas hicieron poco o nada para defender la legalidad del proceso electoral.

Pero a pesar de la indolencia y la complicidad de las autoridades electorales, los ciudadanos acudieron masivamente a las urnas para expresar su voluntad respecto de la conformación del nuevo gobierno de México. El pueblo rebasó a las instituciones y se escuchó su grito de hartazgo, de coraje y de esperanza por todos los rincones de la República.

La tarea ahora no debe ser la construcción de una unidad falsa, cómplice y superficial, sino de generar una coalición entre las diferentes corrientes democráticas, una verdadera alianza desde abajo y a la izquierda que cuente con suficiente fuerza para transformar de fondo al sistema autoritario imperante.

No podemos repetir los errores de Vicente Fox. El pacto de transición debe ser con la ciudadanía, no con la oligarquía o los mismos corruptos de siempre. La única forma para llegar al fondo, de extirpar de raíz los graves problemas de corrupción, pobreza e ilegalidad es a partir de una transformación profunda de las formas de gobernar.

No mentir, no robar y no traicionar, así resume López Obrador su proyecto de Nación. Estas tres expresiones no pueden quedarse como un simple discurso electorero, sino que deben convertirse también en los estandartes de su próximo gobierno. No mentir significa informar, de manera plena y con total transparencia, a la sociedad sobre todos los gastos, las acciones y los planes del gobierno. No robar implica acabar de una vez por todas con la corrupción en absolutamente todos los niveles de la administración pública federal. No traicionar significa cumplir con las altas expectativas del pueblo mexicano con respecto al crecimiento económico, el fin de la pobreza y la construcción de la paz y la justicia.

No podemos dejar solo a López Obrador. Si bien la crítica al poder gubernamental es siempre esencial, también tenemos que tener claro que los gobiernos de izquierda se enfrentan a enormes retos con respecto a su relación con los poderes llamados fácticos que operan fuera de la institucionalidad democrática, como los oligarcas, los narcotraficantes y los grandes medios de comunicación.

La sociedad mexicana ha dado una enorme muestra de valentía, de fuerza y de dignidad el domingo, primero de julio. Celebremos la victoria. Nos la merecemos después de tantas décadas de luchas constantes por la justicia y la democracia, en las cuales han ofrendado sus vidas miles de héroes anónimos.

Pero también hay que ponernos a trabajar. Hoy se abre una enorme oportunidad histórica para un cambio verdadero. No dejemos pasar este precioso momento para poner, cada quien, su granito de arena.


AMLO y el poder real – Carlos Fazio


Ayer, primero de julio, millones de mexicanos salieron a votar, y si no hubo un fraude de Estado monumental, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) será el próximo presidente de la República. De no ocurrir nada extraordinario en el periodo de transición, el primero de diciembre próximo AMLO deberá asumir el gobierno. Pero en ese lapso, y aún más allá del mediano plazo, el poder seguirá estando en manos de la clase capitalista trasnacional.

Es previsible, también, que a partir de este 2 de julio, el bloque de poder (la plutonomía, Citigroup dixit), incluidos sus medios hegemónicos (Televisa y Tv Azteca, de Azcárraga y Salinas Pliego, ambos megamillonarios de la lista Forbes), y sus operadores en las estructuras gubernamentales (el Congreso, el aparato judicial, etcétera), escalarán la insurgencia plutocrática buscando ampliar sus privilegios y garantizar sus intereses de clase, y para seguir potenciando la correlación de fuerzas en su favor.

Más allá del ruido de las campañas, el proceso electoral transcurrió bajo el signo de la militarización y la paramilitarización de vastos espacios de la geografía nacional, y de una guerra social de exterminio (necropolítica) que elevó los grados de violencia homicida a límites nunca vistos en el México moderno, similares a los de un país en guerra (naturalizándose en vísperas de los comicios el asesinato de candidatos a cargos de elección popular).

Como recordó Gilberto López y Rivas en La Jornada, ese conflicto armado no reconocido es la dimensión represiva de lo que William I. Robinson denomina acumulación militarizada, cuya finalidad es la ocupación y recolonización integral de vastos territorios rurales y urbanos para el saqueo y despojo de los recursos geoestratégicos, mediante una violencia exponencial y de espectro completo que es característica de la actual configuración del capitalismo; el conflicto y la represión como medio de acumulación de la plutonomía.

Para ello la clase dominante hizo aprobar la Ley de Seguridad Interior. Y está latente, para su ratificación en el Senado, la iniciativa de Diputados de quitar el fuero al presidente de la República; la denominada estrategia de lawfare aplicada a Dilma Rousseff y Lula da Silva en Brasil, que implica el uso de la ley como arma para perseguir y destruir a un adversario político por la vía parlamentaria y/o judicial; una variable de los golpes suaves de manufactura estadunidense que podría revertirse contra AMLO.

Al respecto, y más allá de su giro hacia el centro y el rediseño de su programa de transición reformista −capitalista, democrático y nacional, con grandes concesiones al bloque de poder dominante−, la llegada de López Obrador al gobierno pudiera implicar, en principio, una ralentización o respiro (Galeano dixit) a la tendencia del mentado fin de ciclo progresista y restauración de la derecha neoliberal en América Latina.

El impulso de una nueva forma de Estado social, sin ruptura frontal con el Consenso de Washington, significará, no obstante, un cambio en la correlación de fuerzas regionales y tendrá tremendo impacto en los pueblos latinoamericanos. Por ello no es para nada inocente –o simplemente centrada en la profundización de las políticas de cambio de régimen en Venezuela y Nicaragua− la reciente gira neomonroísta del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, por Brasil, Ecuador y Guatemala.

Cabe recordar el inusualmente crítico editorial del Washington Post del 18 de junio, que asumió como suficientemente creíbles los nexos de colaboradores cercanos de López Obrador con los gobiernos de Cuba y Venezuela, y las declaraciones del senador republicano John McCain, tildando a AMLO como un posible presidente izquierdista antiestadunidense y las del actual jefe de gabinete de la administración Trump, general (retirado) John Kelly, quien afirmó que López Obrador no sería bueno para Estados Unidos ni para México.

Según asesores de política exterior de AMLO, ante Washington, su gobierno antepondrá la defensa a ultranza de la soberanía nacional; revisará el marco de la cooperación policial, militar y de seguridad (DEA, CIA, ICI, Pentágono, etcétera), y bajo la premisa de que la migración no es un crimen, incrementará la protección de los connacionales irregulares, como si fuera una procuraduría ante los tribunales de Estados Unidos. También revisará los contratos petroleros y de obra pública. Lo que sin duda traerá fuertes confrontaciones con la Casa Blanca y la plutocracia internacional.

Como dice Ilán Semo, en México la Presidencia de la República encierra potencialidades simbólicas insospechadas; una suerte de carisma institucional. No importa quién la ocupe, incluso a un inepto (pensemos en Vicente Fox), el cargo le trasmite un aura: es el Presidente. Tras la Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana, AMLO quiere trascender a la historia como el hombre de la cuarta transformación. Pero para ello se necesita un cambio de régimen e impulsar grandes saltos en la conciencia política de los sectores populares; sin un pueblo organizado y movilizado tras un proyecto de cambio radical y profundo, no hay carisma que alcance.

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México lindo y querido

Elecciones en México. Un país dominado por el narcotráfico, que nunca ha molestado tanto a los EEUU como la soberanía y la independencia de un país cuyos gobernantes se han comportado durante largos años como lacayos del imperio del norte. La victoria de Andrés Manuel López Obrador parece cada día más cierta. Los multimillonarios mexicanos se movilizan en una campaña del terror que no hace olvidar el terror cotidiano. Decenas de miles de muertos cada año, asesinados por la corrupción, el narcotráfico y el caudillismo que prevalecen hasta ahora. Una nota de Jorge Volpi.

 

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México lindo y querido


Escribe Jorge Volpi – Escritor, profesor de la UNAM


A menos que ocurra algo impredecible –y en México siempre puede suceder–, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se convertirá en presidente electo de la República en cuatro semanas. Aun considerando a los indecisos, la última encuesta de Reforma no parecería dar espacio para la sorpresa: los 26 puntos de diferencia que le lleva a Ricardo Anaya acaso terminarán por ajustarse a la baja, pero, a menos de un mes –y contando quince días perdidos para la política por el Mundial de Futbol–, las cartas parecen echadas.

Es hora, pues, de comenzar a imaginar las consecuencias para el país del triunfo de AMLO, de Morena y sus aliados, y aún más si su victoria es igual de apabullante en el Congreso y los gobiernos estatales.

Lo primero que habría que aceptar es que, de confirmarse este escenario, resultaría el más lógico, el más natural si tomamos en cuenta las condiciones del país. Por más que les irrite a muchos: se trataría de la decisión más racional.

Tras doce catastróficos años de gobiernos del PAN y del PRI –o dieciocho, si se cuentan los seis mediocres de Vicente Fox–, marcados, no me canso de decirlo, por las 200 mil muertes derivadas de la guerra contra el narco, y por la corrupción y la impunidad endémicas que se han convertido en la marca de la administración del presidente Peña Nieto, nada más natural que una mayoría de ciudadanos decidida a castigar a los responsables de nuestra debacle y a concederle una oportunidad a la única fuerza política que se opone a la continuidad de manera decidida.

Solo por este motivo, cualquier demócrata debería celebrar un resultado semejante en las urnas: da cuenta de una ciudadanía cada vez más participativa, más informada, más decidida a ejercitar su derecho al voto, que no es otra cosa sino un instrumento para premiar o reprender a sus gobernantes. Y en este caso no hay duda de que el PRIAN merece ser desalojado de Palacio Nacional.

Pero en cuanto se agoten las celebraciones de unos y el duelo de otros, a partir del mismo 2 de julio se vuelve imperativo que la sociedad exija, en el largo periodo de interregno hasta el 1º de diciembre, que AMLO, así como la amplia y variopinta alianza que lo ha seguido, fijen sus posturas sobre los temas que resultan más relevantes para el país, dejando de lado las ocurrencias, los desplantes y las vaguedades que han prevalecido durante la campaña.

El primer tema a abordar –en otros artículos intentaré explorar algunos otros– debe ser el mismo que AMLO se ha empeñado con tanto ahínco en colocar en el centro del debate público: el combate a la corrupción.

Una vez en el poder, no podrá decir que su solo arribo a la silla presidencial bastará para limpiar milagrosamente la casa. Será el momento, por el contrario, de exigirle que establezca las instituciones y los mecanismos necesarios para erradicarla. Para entonces deberá tenerlo claro: si no presenta una agenda nítida y precisa sobre este punto, que resultaría medular para su triunfo, decepcionará inmediatamente a millones.

Para empezar, AMLO debería decantarse rotundamente por la creación de instituciones en verdad independientes: no basta con decir que nombrará figuras con perfiles morales intachables –no debemos permitir que el suyo sea un gobierno de hombres, sino de instituciones. Debe proponer cuerpos cuya arquitectura jurídica les permita distanciarse del gobierno en turno, realizar sus propias investigaciones con absoluta libertad y, por encima de todo, tener las facultades para acusar directamente en tribunales a los presuntos responsables de peculados, robos, desvíos o enriquecimiento ilícito.

No importa si conserva los nombres que existen hasta ahora o les confiere otros: lo crucial es que garantice su autonomía, que les confiera la fuerza necesaria para hacer valer sus investigaciones, que respete las decisiones que tomen sus miembros y que encuentre un mecanismo transparente y claro, no personalista, para nombrar a sus responsables.

Y es aquí donde AMLO se topará de pronto con nuestra realidad judicial (de la que hasta ahora apenas ha hablado): aun si logra crear estas sólidas instituciones anticorrupción, los casos pasarán entonces a nuestro endeble, caótico, turbio sistema de justicia. Será pues el momento en que al fin se decida a encarar otro tema que hasta ahora ha desdeñado: su necesaria y urgente reforma.

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La derechización de América Latina, una constante reversible

¿Por qué la derecha triunfa en las elecciones en America Latina?

Manuel-Fabien Aliana analiza el auge de la derecha y señala claves para renovar las izquierdas de América Latina de cara a las citas electorales de 2018.

La derechización de América Latina, una constante reversible
Mauricio Macri, presidente de Argentina, con Michel Temer, presidente no electo de Brasil, en febrero de 2017. Foto: Antonio Cruz / Agência Brasil.

MANUEL-FABIEN ALIANA // El pasado 19 de diciembre 2017, el expresidente liberal Sebastian Piñera volvió a ganar las elecciones presidenciales en Chile, consiguiendo una holgada victoria que pocos supieron anticipar. Lo que la izquierda chilena anunciaba como un plebiscito por o contra el regreso de la derecha al poder, terminó convirtiéndose en un plebiscito por o contra el continuismo de centro-izquierda. En la historia reciente, es la segunda vez que un candidato socialdemócrata que tiene el  respaldo del gobierno saliente es derrotado en Chile, y la tercera que esto ocurre a nivel regional, lo que lleva a muchos analistas a plantear que estamos ante el ocaso del ciclo progresista en América Latina .

Si bien existe una crisis en el centro-izquierda latinoamericano, adelantar el fin del ciclo progresista resulta tendencioso por tres razones. La primera, porque ignora el surgimiento de nuevas fuerzas de izquierda en países como Chile, Honduras, México, y Perú. La segunda, porque minimiza la inestabilidad política e institucional que atraviesan los países gobernados por la derecha, tales como Argentina, Brasil, Honduras, Guatemala, México y Perú, donde el presidente Kuczynski faltó a su compromiso indultando al exdictador Alberto Fujimori la noche de Navidad. Finalmente, porque hace caso omiso a las recientes victorias electorales de la izquierda.

Ejemplos de esto se materializan en Ecuador, donde se impuso el candidato oficialista Lenin Moreno en las elecciones de abril de 2017. A pesar de la crisis que atraviesa el oficialismo desde julio pasado, agudizada por la la consulta popular convocada para este domingo, el mandatario ha reiterado su compromiso de mantener el diálogo nacional y seguir con su agenda social y medioambiental. Luego está Venezuela, donde a pesar de la crisis, la izquierda liderada por Nicolás Maduro se impuso en los últimos comicios regionales, ganando 18 gobernaciones de las 23 en juego. Estas elecciones no fueron boicoteadas por la oposición, pero sí hubo acusaciones de fraude, como en los Estados de Bolívar y Miranda.

Lo que estamos presenciando en América Latina no es el fin de un ciclo, sino la persistencia de otro: el de la derechización, una constante que viene dándose desde 2009. Entendemos por derechización un exitoso ciclo de contraofensivas políticas operadas por las élites económicas nacionales y por los partidos que las representan, en contra de gobiernos de centro-izquierda denunciados como radicales, con el fin de restaurar un orden político conservador e implementar medidas de ajuste estructural.

Este ciclo se inició con el golpe de Estado que en 2009 derrocó al presidente de Honduras Manuel Zelaya, sancionado desde su propio partido por su giro izquierdista y por convocar al pueblo a una asamblea constituyente. En 2010, Chile eligió como presidente a Sebastian Piñera, saliendo derrotado el centro-izquierda por primera vez desde el fin de la dictadura en 1990. En 2012, un golpe legislativo destituyó al presidente paraguayo Fernando Lugo por atreverse a cuestionar la desigual repartición de tierras en su país. En 2015, Mauricio Macri ganó las elecciones presidenciales en Argentina, poniendo fin a 13 años de kirchnerismo, y en 2016, en medio de una crisis política desatada por escándalos de corrupción que dividieron hasta la misma izquierda, el Congreso brasileño destituyó a la presidenta Dilma Rousseff, en lo que fue catalogado como un golpe legislativo. En 2017, vuelve por segunda vez la derecha al poder en Chile, y el mismo día de la reelección de Sebastian Piñera, el Tribunal Electoral de Honduras proclama presidente reelecto a Juan Orlando Hernández, tras un mes de protestas masivas por acusaciones de fraude electoral.

Dentro de este historial, contrastan los procesos electorales en Argentina y Chile con los métodos autoritarios y ‘politiqueros’ usados en el resto de los países para desalojar a la izquierda del poder. Pero estas dos derrotas, que han querido presentar como símbolos del fin de un ciclo progresista, son en realidad derrotas nacionales de gobiernos de centro-izquierda totalmente desgastados y desconectados de sus pueblos.

En Argentina, la derecha trabajó arduamente desde 2006 por renovar su imagen y modernizar su discurso. El candidato presidencial Mauricio Macri, que por entonces era jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, supo voltear los focos sobre la corrupción de la era kirchnerista, denunciando el caudillismo de los gobernadores de provincia y la “necesidad” de una reforma tributaria que oxigenara la economía del país. Y a pesar de que tras su nueva estrategia de comunicación se escondieran los mismos viejos métodos liberales aplicados durante la llamada década perdida, Macri logró capitalizar los votos del rechazo creciente en contra del gobierno kirchnerista. Desde 2009, este gobierno se iba carcomiendo por dentro y perdía apoyo popular por su incapacidad para reducir la inflación, sus políticas de restricción en la compra del dólar, y el error (que ahora esta cometiendo Macri) de mantener impuestos percibidos como injustos, tales el de las “ganancias” (impuesto a los sueldos), y el del cheque (impuesto a créditos y débitos bancarios, creado bajo De la Rúa en medio de la crisis económica de 2001). Todos estos factores fueron los que en 2015 propiciaron la derrota del Frente para la Victoria, la coalición política del candidato oficialista Daniel Scioli.

En Chile, las tibias reformas sociales del gobierno de Michelle Bachelet, la prometida gratuidad de la educación superior que nunca alcanzó a ser universal, y la mala gestión de una economía dependiente que siguió en manos del oligopolio, generaron el rechazo de las nuevas fuerzas de izquierda y debilitaron el apoyo al candidato oficialista Alejandro Guillier. Por su lado, la oposición de derecha logró capitalizar votos criticando la reforma tributaria del gobierno, las supuestas malas cifras de una economía estancada (datos que habían sido manipulados, según reconoció después el Banco Mundial), la creciente deuda pública, que se elevó al 23,8% del PIB en 2017, y la política progresista de una presidenta que logró despenalizar el aborto en tres causales.

Pero ante una segunda vuelta tan reñida, el equipo de campaña de Sebastian Piñera tuvo que recurrir a numerosas artimañas para motivar al electorado de derecha. No les bastó con lanzar una campaña del terror, proclamando que votar Alejandro Guiller conduciría a Chile al camino de la inestabilidad venezolana, sino que también denunciaron un fraude electoral sin presentar prueba alguna. Es más, presionado por el sector mas conservador, Piñera se vio obligado a dialogar con los grupos evangélicos, cuando fue él mismo quien promovió en 2011 una ley para que se reconocieran las uniones de parejas del mismo sexo.

Lo que está en crisis en América Latina no es el ciclo progresista. Están en crisis las instituciones democráticas, los gobiernos neoliberales, y el modo de gobernar de los diversos centro-izquierdas, que no supieron renovar las practicas políticas ni atender las exigencias de la ciudadanía. En un año electoral cargado de comicios decisivos para la región, quizás lo que pueda marcar la diferencia sea la capacidad que tengan los indecisos y los abstencionistas de plantearse las siguientes preguntas: ¿Qué tipo de gobierno quiero para mi país? ¿Qué país quiero dejarle a las futuras generaciones? ¿Qué puedo hacer para que las instituciones del estado me protejan y atiendan mis necesidades, y las de mis parientes y vecinos?

Un año electoral que comienza este domingo 4 de febrero con el polémico referéndum en Ecuador, y la primera vuelta de las presidenciales en Costa Rica. En Brasil, México y Paraguay, países de alta tensión política, no es posible anticipar el comienzo de un nuevo ciclo, pero sí se puede predecir un año cargado de luchas sociales y electorales, con comicios muy reñidos de los que saldrán nuevas oportunidades.

En Colombia, un país dividido por el indulto y la participación política de las FARC, las próximas elecciones legislativas y presidenciales prometen ser verdaderos plebiscitos que sellarán el destino de los Acuerdos de Paz. Por último, en Venezuela, donde la Asamblea Constituyente anunció su voluntad de convocar elecciones presidenciales anticipadas, la credibilidad de los próximas comicios dependerá de lo que resulte de las negociaciones entre oficialismo y oposición. Solo si se crean las condiciones que garanticen un proceso electoral transparente, en el que tengan derecho a participar todos los partidos de oposición, Venezuela podrá pretender salir del aislamiento político y económico en el que se encuentra. Pero si no se presentan esas condiciones, las próximas presidenciales serán percibidas a nivel nacional e internacional como una gran farsa electoral.

Manuel-Fabien Aliana es latinoamericanista de nacionalidad franco-nicaragüense, licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad de Lyon.

En Argentina, en las recientes elecciones parlamentarias, la derecha gana dando una paliza. La opción electoral por posiciones de derecha se sucede por doquier.

En Estados Unidos la población vota por el representante más troglodita, en Europa avanzan las propuestas con sabor xenofóbico y conservador, en general se ve que los electorados optan por partidos que no son de izquierda precisamente. ¿Por qué la derecha triunfa en las elecciones? Así formulada, la pregunta daría a entender una honda preocupación, pues supone que eso es algo así como un error inesperado, una aberración. ¡La derecha no debería ganar!

Ahora bien: si se profundiza un poco, allí puede encontrarse, más que nada: ingenuidad. ¿Quién dijo que los votantes irían a votar por la izquierda? ¿Acaso la izquierda tenía garantizado el triunfo en algún lugar?

Todo eso lleva a pensar en lo que ha venido sucediendo en estas tres o cuatro últimas décadas en todo el mundo a nivel político-ideológico. El avance de distintos movimientos populares contestatarios para los años 60 y 70 del pasado siglo (guerrillas de izquierda, avance sindical, movimientos campesinos, procesos de liberación nacional, Teología de la Liberación, movimientos antiguerra y anticonsumismo, poderosos movimientos estudiantiles inconformes, reivindicaciones de las mujeres, etc.) trajeron como respuesta del sistema un golpe tremendo. En Latinoamérica, las montañas de cadáveres y los ríos de sangre -enmarcados en la Doctrina de Seguridad Nacional y combate al comunismo internacional- signaron la época. El miedo y el silencio se adueñaron de las sociedades. Protestar (por cualquier tema, no importa) pasó a ser mala palabra, peligroso, algo a desechar. De esa forma pudo declararse con ampulosidad que “la historia había terminado”, lo que marcaba el “fin de las ideologías”.

Habría que aclarar, rápidamente: de la ideología de izquierda (al menos esa era la pretensión del sistema, obviamente de derecha). Lo que se acalló -sangrientamente- fue cualquier intento de modificación, de protesta con sabor a cambio. Las sociedades, y no solo las latinoamericanas, sino que el fenómeno es mundial- entraron en un letargo: levantar la voz salió de la agenda. Mucho más aún, ciertos términos como socialismo, lucha de clases, revolución, explotación. “No meterse en nada y cuidar el sacrosanto puesto de trabajo” se impuso como la consigna básica, a seguirse con respeto (y temor) reverencial.

En ese marco, acallándose las luchas, con el agravante de la caída de las primeras experiencias socialistas (Unión Soviética, China), el campo popular en su conjunto sufrió un severo retroceso. ¿Quién trabaja hoy solo 8 horas diarias? ¿Cuánta gente trabaja con todas las prestaciones laborales de antaño? ¿Qué trabajador está sindicalizado? ¿A quién defiende hoy un sindicato? Los avances conquistados históricamente en años de lucha se fueron perdiendo. Así las cosas, lo que para décadas atrás en las izquierdas era visto como algo despreciable: las elecciones burguesas, pasaron a ser un nuevo campo de acción política. Las izquierdas (golpeadas, diezmadas, casi en shock), pasaron a la arena de la hasta entonces desprestigiada política parlamentaria.

Esto lleva a preguntarnos si efectivamente ese marco de ejercicio político -siempre en el ámbito del capitalismo, incluso más feroz que antaño, con las nuevas estrategias neoliberales, planes de ajuste estructural y precarización constante de las condiciones de vida de las grandes mayorías- puede permitir efectivamente una transformación real para esas mayorías populares. ¿Son las elecciones un campo de cambio profundo?

La experiencia demuestra fehacientemente que no. El camino de la democracia (burguesa) al socialismo (el caso de Chile con Salvador Allende es el más emblemático) muestra los límites. Los cambios revolucionarios no van de la mano de las elecciones llamadas democráticas. El poder (la clase dominante) se resiste a cambiar pacíficamente. Nunca en la historia, nunca jamás, un cambio económico-político-social efectivo pudo hacerse sin violencia. “La violencia es la partera de la historia”, enseñaba Marx con un hálito hegeliano, y sin duda no se equivocaba. La actual clase dirigente: los capitalistas, se hacen del poder cortándole sangrientamente la cabeza a los reyes. La democracia que se desprende de ese hecho inaugural del mundo moderno no es más que “una ficción estadística”, como dijera Jorge Luis Borges. Sigue mandando el poder económico, sostenido (sangrientamente cuando es necesario) en las bayonetas.

¿Por qué reivindicar hoy ese tipo de elecciones desde la izquierda? Porque el campo de acción se ha reducido tanto que es lo poco en lo que se puede mover. O, al menos, golpeada y restringida como ha estado estos años, es el único espacio que le ha ido quedando dentro de los límites que le impone el sistema. Y ante tanta desesperanza, el hecho de llegar a la casa de gobierno se puede sentir ya como un triunfo (aclarando rápida y enfáticamente que la silla presidencial es apenas un pequeño, muy pequeño eslabón en la real cadena de mando del sistema).

Pero ¡cuidado! ¡¡Las elecciones están muy lejos de ser una revolución!! Si podemos contentarnos con el triunfo en las urnas de una propuesta progresista (lo que ha estado sucediendo estos últimos años en Latinoamérica, propuesta que sin dudas debemos apoyar con toda la fuerza, porque al menos son una espina para el sistema -Chávez en Venezuela, Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Bachelet en Chile, los Kirchner en Argentina, el Partido de los Trabajadores en Brasil, Mujica en Uruguay, Ortega en Nicaragua) eso muestra, ante todo, la debacle real de una propuesta de cambio radical. “No se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva”, afirmaba con la mayor energía Marx en su programa político. Reformar el capitalismo, darle un rostro humano, redistribuir un poco más equitativamente la riqueza sin tocar los resortes de fondo, todo eso es lo que ha venido pasando con proyectos políticos populares en estos años. Es “políticamente correcto” apoyarlos; es una obligación ética auparlos para quienes siguen pensando en otro mundo más justo, más equitativo. Pero no hay que olvidar que no son proyectos que cuestionen al sistema capitalista en su raíz: “capitalismo serio”, por ejemplo, dijo la ex presidenta argentina. Economía mixta, capitalismo nacional… En otros términos: una izquierda “domesticada”, acorde a los tiempos que corren, con saco y corbata (versión masculina) o tacones y bien maquillada (versión femenina). ¿El poder popular es ir a elecciones? ¿Así se puede construir un auténtico cambio revolucionario?

Sin ningún lugar a dudas, son proyectos importantes, avances en relación a las peores y más antipopulares recetas neoliberales que se impusieron años atrás. Por eso las poblaciones las eligen en elecciones libres cuando se va a procesos electorales. Pero procesos que tienen las patas cortas, que no transforman nada sustancialmente. Y por eso mismo, proyectos que pueden sucumbir.

Los proyectos de capitalismo nacional y antiimperialista con talante popular que marcaron varias experiencias latinoamericanas en el siglo XX (el peronismo en Argentina, Vargas en Brasil, Torrijos en Panamá, Velasco Alvarado en Perú, la Primavera Democrática en Guatemala) dejaron algunas marcas y buenos recuerdos, pero no lograron transformar nada de raíz en sus sociedades.

La población vota siguiendo cada vez más las técnicas de mercadeo que les imponen los partidos políticos (siempre de derecha). Esos partidos son los gestores del sistema, sus buenos administradores bien presentados, y nada más, ¡absolutamente nada más! Con buenas campañas de marketing imponen candidatos, más como actores de película que como estadistas. La izquierda, con propuestas que no pueden rebasar los límites del sistema capitalista (véase el caso de la guerrilla salvadoreña convertida en partido político formal, o lo que le espera a las fuerzas guerrilleras en Colombia, o lo que le sucede hoy al Frente Sandinista en Nicaragua, o la misma Revolución Bolivariana, más allá de las pasiones que pueda despertar como fuente de esperanza -con un camino al socialismo que nunca se termina de recorrer realmente-) poco o nada puede hacer en esta competencia con la derecha. Aunque gane las elecciones (porque, repitámoslo: la revolución es más que ocupar la casa de gobierno. ¡La revolución es genuino poder popular, democracia de base!)

Las poblaciones están monumentalmente manipuladas para desinteresarse de lo político. “La democracia es un sistema donde se le hace creer a la gente que decide algo en los asuntos de su incumbencia sin que, en realidad, decida nada”, dijo Paul Valéry. La democracia formal y su parafernalia electoral no pasa de ser un espectáculo mediático cada vez mejor montado, pero no más que eso. De ahí al auténtico poder popular, dista bastante. Las elecciones no tienen nada que ver con la transformación real de una sociedad, aunque hoy día la prédica del sistema nos haya casi obligado a “disciplinarnos” y entrar en ese juego de los tacones y el maquillaje o el saco y la corbata.

Ahora bien: el triunfo de una propuesta claramente de derecha, neoliberal a ultranza como la reciente de Mauricio Macri puede hacer pensar que el electorado involuciona. Pero, ¿acaso se puede esperar algo realmente distinto de este sistema electoral? ¿Puede haber cambios profundos y sostenibles verídicos en el medio de este marco “democrático”? ¿O habrá que pensar en democracias directas, de base, populares, sin representantes bien vestidos y con guardaespaldas?

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Donald Trump: “Mis dos virtudes han sido la estabilidad mental y ser inteligente de veras”

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Los editores del libro Fuego y Furia sobre Trump adelantaron la venta del título para este viernes ante una posible acción legal de los abogados del presidente. Foto: Getty Images.

Cubadebate.cu

El presidente Donald Trump, presentado en un nuevo libro como un líder incapaz de comprender la magnitud de su cargo en la Casa Blanca, acudió a Twitter el sábado para defender su aptitud mental y jactarse de su inteligencia, diciendo que es “inteligente de veras” y un “genio estable”

Trump publicó una serie de tuits desde el retiro presidencial de Camp David, en Maryland, unas horas antes de celebrar reuniones sobre la agenda legislativa de 2018 con líderes republicanos en el Congreso y miembros de su gabinete.

Este fue su contraataque más reciente contra el libro del escritor Michael Wolff “Fire and Fury: Inside the Trump White House” (Fuego y furia: la Casa Blanca por dentro). El libro hace un retrato despectivo del 45º presidente de Estados Unidos, mostrándolo como un hombre indisciplinado con el temperamento de un niño que en realidad no quería ganar la Casa Blanca y que pasa las noches comiendo hamburguesas en la cama, mirando televisión y hablando por teléfono con sus viejos amigos.

El libro cita también al antiguo estratega en jefe de Trump, Steve Bannon, y a otros consejeros prominentes que ponen en duda la aptitud del presidente.

Trump contestó el sábado que él no tiene nada de eso.

Tuiteó que sus detractores están “acudiendo al viejo manual de Ronald Reagan para chillar sobre la estabilidad mental y la inteligencia”.

El presidente aseguró: “En realidad, a lo largo de mi vida, mis dos virtudes principales han sido la estabilidad mental y ser, o sea, inteligente de veras”.

Trump agregó que haber pasado de un empresario exitoso a estrella de un show reality de televisión a presidente en su primer intento “no calificaría como inteligente, sino como genial… y en verdad un genio muy estable”.

Las conjeturas sobre la aptitud mental de Trump para el cargo se han intensificado en los últimos meses, tanto en programas de noticias por cable como entre los demócratas en el Congreso.

La portavoz de la Casa Blanca, Sarah Huckabee Sanders, calificó días atrás estas conjeturas de “vergonzosas y risibles”.

“Si él no fuera apto, probablemente no estaría sentado ahí y no habría derrotado al grupo más calificado de candidatos que el Partido Republicano haya visto”, agregó, asegurando que su jefe es “un líder increíblemente fuerte y bueno”.

A principios de diciembre, la Cámara de Representantes votó abrumadoramente a favor de aniquilar una resolución presentada por un demócrata liberal para tratar de impugnar a Trump. El representante Al Green, demócrata por Texas, alegaba que Trump había asociado su presidencia con causas arraigadas en el fanatismo y el racismo.

Para respaldar su afirmación -que acusaba a Trump de delitos menores graves-, Green citó incidentes como el hecho de que Trump culpó a ambos bandos por la violencia en una sangrienta manifestación de supremacistas blancos en Charlottesville, Virginia, y de que compartió en redes sociales vídeos de odio racial y antimusulmanes publicados en línea por un grupo de extremistas británicos.

La líder de la bancada demócrata en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y Steny Hoyer, demócrata por Maryland, dijeron en una declaración poco antes de la votación que aunque “se han planteado dudas legítimas sobre su aptitud para dirigir esta nación”, argumentaron que “ahora no es el momento de considerar los artículos de destitución”.

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